Tan pronto entras,
te invade.
Aquí está lleno aunque no hay nadie.
Silencio.
Silencio para presentar con ceremoniosa actitud,
el vals eterno,
en el que la novia toma tu mano
y te lleva a danzar.
Y danzar. Y danzar.
Silencio.
Para que los pasos del cortejo
te lleven al lecho de piedra,
y cierren tus ojos,
recitando,
musitando,
lamentando.
Y luego más silencio.
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