La vieron salir corriendo del templo evangélico a ella, que vivía en casa de una de las familias más católicas, la de la catequista de la colonia. Y lo peor. Perseguida por el rubio que vivía en ese templo y que la rondaba desde que la preciosa morena llegó a vivir al pueblo. Dos meses después nacieron sus hijos. Una camada de cuatro hermosos gatitos. Indiscutiblemente el papá de todos era el güero.
Bienaventurados ellos, que no conocen las divisiones y segregación por motivos religiosos.
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